miércoles, 16 de mayo de 2012

Dos

Repetidas veces en este último tiempo me pregunté si es que yo soy demasiado intolerante, o si de verdad estamos rodeados todos los días de seres tan insoportables y/o hinchapelotas que causan molestias y hasta despiertan instintos violentos en los observadores inocentes.

Me gustaría saber si mi poco margen de tolerancia es entonces justificado, o si por el contrario, debería hacer algo de esfuerzo para no irritarme tan fàcilmente.

Paso a ejemplificar los especímenes de los que hablo.

Caso Nº1:
Entro a un Delicity, 15.45 de la tarde, en un intento de conseguir algo para almorzar, no demasiado caro, pero que no se aparte tanto de la recomendación de mi nutricionista (Imposible. Sobre todo lo de "no demasiado caro").
Mesa de al lado: dos mujeres. Sólo puedo reparar en una, habla fuerte y con voz nasal, chillona, tiene calzas -también chillonas- botas, una polera de animal print. Y una especie de boina. Muy cool. El maquillaje quiere disimular las ojeras pero no lo logra, habla sin parar, y frustra cualquier intento de responder de la otra.
Miro el menú. No me puedo concentrar, la voz de pito de esta mujer interrumpe todos mis pensamientos sin reparo ni piedad.
Constantemente se queja: le pican los ojos, la calza se le baja, no le alcanza el tiempo para nada, pero sobre todo le molesta que está demasiado cansada -no se nota- como para seguir hablando con su interlocutora. Aunque en realidad muere por contarle sus proyectos para este año, y sobre todo cómo ese hippie que la atendió nosedónde el otro día estaba bárbaro y la dejó pensando en él (o la dejó caliente, digamos).

- Es que viste, después me lo encontré a Ale, ¿Viste que Ale me conoce como nadie? o sea, me dijo de una "ese hippie te cabe", y claro... porque me dijo que él sabe que yo, cuando alguien me gusta, lo minimizo, boluda, ¿entendés? Nada, increíble cómo me conoce, boluda, porque es así, yo le dije "nada, me atendió un hippie" y el pibe de una me dice "guacha, te gustó el hippie" y yo... ROJA, boluda, porque es así, yo los minimizo, pero el hippie estaba bárbaro, y yo nada, toda asi como si nada, estaba casi sin maquillar, como ahora...

El delineador se le metía en los ojos, que ya estaban rojos y algo llorosos. Su tono de voz parecía un mosquito instalado en el medio de mi canal auditivo que no dejaba de zumbar. En la mitad de la discusión sobre cuánto importaba si era hippie, si daba o no para algo más que un chape, y qué iba a pasar si él le decía que no le gustaba el animal print, decidí que había soportado demasiado y pagué.
Me resigné a no saber de sus maravillosos proyectos para este año.

Caso N°2:
Una dietética cerca de Av. Independencia y Entre Ríos. Si hubiese entrado atenta, habría visto la cara de hartazgo de la vendedora, sus intentos por cobrar lo más rápido posible, la vieja que hablaba sin parar repitiendo lo mismo una y otra vez, sus interpelaciones infructíferas a la pobre chica, que no tenía más opción que escucharla e intentar, con mucho esfuerzo, no fruncir demasiado el ceño.
Era una mujer de unos 75 años, bastante encorvada y con el rouge algo pasado del límite del labio. Lamentablemente hablaba bastante fuerte para lo chiquita que era.
Pude inferir que la vendedora era vegetariana, por el asco que trataba de disimular cada vez que la vieja le decía que tenía que probar el bife de cerdo, que con puré de manzana quedaba riquísimo, que "una vez cocinado no te das cuenta de que era un chanchito", y que si ella tuviera uno ahora en su casa, lo prepararía y se lo llevaría para quue lo probara ahí mismo.
Seguía.
Detrás del mostrador la chica me miraba como tratando de escaparse. Yo le devolvía la mirada con compasión pero sin poder hacer mucho al respecto.
La vieja se dirigía a mi también, "¿a vos nena no te gusta el bifecito de cerdo? Así, bien jugoso, yo voy al restaurante de la esquina de casa y me lo hacen, nena, ¿¿a vos no te gusta??"
Yo de pronto estaba ocupadísima observando los pistachos, que en situaciones como éstas pueden resultar fascinantes. Elegí lo más rápido que pude, y casi le pedí perdón con la mirada a la vendedora, por dejarla sola de nuevo con la mujer, que no se resignaba a que abiertamente ignoráramos sus comentarios, y seguía, ahora con la descripción de su digestión después de comer el bendito bife.
Saqué mi brazo del mostrador justo a tiempo. La muy desubicada estaba a punto de agarrarme y eso terminó de destruir mi humor.
Me fui puteando unas dos cuadras, pero terminé sintiendo pena por esos dos especímenes que no iban a entenderse nunca, y que problablemente, putearan luego un rato más que yo.


1 comentario:

  1. El misógino que llevo dentro me está pidiendo que le de la razón...

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